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Aquí les quiero dejar algo diferente: un escrito que categoricé como mitad ensayo, mitad relato, sobre la supremacía cultural presente en Estados Unidos, mi experiencia al mudarme a este país, y la ironía de la misma.
Yo era joven, y el calor de mi tierra me abrazaba sin saber que esa caricia sería la última. Subí a un avión y, al tocar tierra extranjera, el calor familiar se desvaneció. Comenzaba, entonces, una nueva vida en un idioma ajeno. Llegó a la universidad. Mi primera clase, la profesora nos lee un ensayo. Hablaba del excepcionalismo americano, un concepto que yo desconocía por completo. Sentí una leve vergüenza por esto, una vergüenza que, curiosamente, no había sentido nunca en mi lengua materna.
Así que escuché con atención. Su inglés tenía un acento británico, hipnótico para mí, solamente lo había escuchado en películas. Ella explicaba que el excepcionalismo consiste en que la cultura de América se percibe a sí misma como superior a las demás. Desde su nacimiento se considera única, singular frente a las otras, por su historia, su política y sus valores asignados por aquellos pensadores y primeros colonos europeos que vieron esta tierra como la prometida, la que sería un faro de esperanza en un mundo plagado de oscuridad.
Y como en un momento de iluminación, entendí lo que significaba este concepto. No lo había leído, pero lo había vivido. Al mejor estilo de Slumdog Millionaire. Aquel indio que sabía todas las respuestas de quien quiere ser millonario, sin haber estudiado, o mejor dicho estudiando en la universidad de la vida. Recordé inmediatamente mi juventud con mis amigos, viendo béisbol en una televisión de antena, que mostraba a un equipo de Illinois ganarle a un equipo de Texas. El ganador levantaba un trofeo que decía campeón mundial. Qué concepto tan extraño. Campeones mundiales sin competir con el resto del mundo.
Y mientras tanto, en mi país, y asumo en todos los demás, nos preguntábamos en qué momento el mundo había cambiado su geografía. ¿Campeones mundiales? ¿Será que el mapa cambió? No necesité más explicaciones de esta profesora. Había entendido ya desde antes, el aspecto cultural de supremacía.
Salí de la clase convencido de que este sería mi nuevo hogar, un país donde todos compartían la mentalidad “excepcionalista”. Donde todos piensan que son el #1. Cuando me encontraba a este tipo de personas, a los #1, en mi mente les respondía: “Lean un libro o, al menos, vean un mapa.” Nunca lo dije pero lo pensé.
Con el tiempo descubrí que muchas personas en esta tierra no creían en este excepcionalismo. Que estaban conscientes de este aspecto de su cultura, que buscaban erradicarlo. Esto me tranquilizó y me llenó de esperanza, pero ahora ya han pasado 15 años desde que dejé de sentir calor al entrar en aquel avión. Y ahora me he dado cuenta de que, en el fondo, no estuve tan equivocado. El excepcionalismo está presente en todos los miembros de este país. De una forma u otra. Lo que tardó fue el tiempo necesario para descifrar que existen dos versiones: la positiva y la negativa
El excepcionalismo positivo me dice: “¡América es número uno!”, me asegura que el equipo de la liga local es el campeón mundial y que su cultura es superior, incomparable. No duda en usar la palabra América como un país, jamás como un continente. Pero del otro lado están los negativos, con el tiempo los aprendí a identificar. También se creen los número #1. Me afirman sin escrúpulos, en la la cara, que América es la más racista, la más opresiva, la más volátil, la más inestable políticamente, con las elecciones más injustas, con la generación con una situación más precaria, con el presidente más problemático, con los políticos más corruptos, con la violencia más extrema, con la desigualdad de género más marcada, la más patriarcal, con los derechos LGBTQ+ más vulnerados, con las peores calles, con el peor sistema de salud, con el peor sistema de educación, con los servicios públicos más deficientes, con la desigualdad más extrema. Nuevamente, cómo hace 15 años, los escucho, me quedo callado, y sólo pienso “Lean un libro o, al menos, vean un mapa.”