¿Por qué estamos obsesionados con nuestra imagen digital?
La Feudo-Imagen: una explicación medieval para un problema digital
En este artículo exploraré “la feudo-imagen.” Un concepto que toma las estructuras del feudalismo medieval para aclarar el ecosistema digital a nivel macro, y dentro de nuestra propia psicología del siglo XXI:
La búsqueda de validación externa siempre ha sido una parte intrínseca de nuestra psique. Como seres sociales, la opinión de nuestra tribu ha tenido un impacto significativo en nuestra propia felicidad. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de una exacerbación de esta dinámica, especialmente con la llegada de las redes sociales en el siglo XXI. Se ha gestado una cultura de comparación constante, ansiedad y baja autoestima, donde la valía personal se mide por la cantidad de "me gusta" y seguidores en lugar de la autenticidad y el bienestar emocional. Nos encontramos inmersos en un mundo digital saturado de contenido superficial, donde los filtros, las mentiras y las apariencias dominan la escena. Basta con deslizar la pantalla de nuestros dispositivos móviles para presenciar personas y entidades invirtiendo gran parte de su tiempo y recursos en la búsqueda constante de una mayor visibilidad y una imagen digital más pulida. Este afán por perfeccionar nuestra presencia digital se traduce en un gasto desmedido en ropa de marca, maquillaje, tratamientos de belleza, sesiones de fotos y otros productos o servicios, todo con el fin de proyectar al mundo una versión cuidadosamente elaborada de nosotros mismos.
Estas redes sociales pueden ser equiparadas a los gases de invernadero de finales del siglo XX o al uso del cigarrillo: perjudiciales tanto para nuestra propia salud como para la de quienes nos rodean, pero a menudo pasan desapercibidos ante nuestra propia conciencia. Los estudios revelan una correlación directa entre el aumento del uso de las redes sociales y tasas más elevadas de ansiedad, depresión e incluso suicidio. En esta búsqueda incesante de validación externa en el mundo digital, hemos perdido de vista nuestra auténtica felicidad. Surge entonces la pregunta: ¿por qué continuamos participando en actividades que nos hacen tanto daño de forma voluntaria? ¿No deberíamos haber tomado medidas para frenar esta práctica? He reflexionado sobre este interrogante durante años y he llegado a una conclusión, aunque provisional: estamos inmersos en lo que podría denominarse un feudalismo sociodigital. De alguna manera, hemos retrocedido a la condición de plebeyos en el antiguo sistema feudal, una época que la historia parecía haber dejado atrás pero que ha resurgido de forma orgánica en la era digital. Nos encontramos nuevamente en el papel de campesinos de la Edad Media, trabajando y generando valor socioeconómico en beneficio del señor feudal. Permítanme explicarles por qué pienso así.
Primero hagamos un breve repaso de lo que fue esta época feudal desde una perspectiva socioeconómica. En las vastas tierras de la Europa medieval, y posteriormente en Asia, los reyes ejercían su dominio con firmeza, apoyados por sus señores feudales, quienes les proporcionaban protección militar a cambio de tierras. De este modo, nació la nobleza, con su cultura de escudos de armas, apellidos y un estatus socioeconómico determinado por la cantidad de tierras otorgadas por la realeza. La nobleza acumulaba su riqueza mediante el trabajo de los campesinos y plebeyos en estas tierras, quienes a cambio recibían vivienda y protección contra el caos del mundo exterior al feudalismo. Este estrato inferior de la sociedad comprendía aproximadamente el 90% de la población. Por lo tanto, el factor determinante que establecía tu posición social era la cantidad de tierras que poseía tu familia. La propiedad de la tierra era la llave que abría las puertas hacia el poder, la riqueza y el estatus; tu imagen y tu valía dependían totalmente de ella.
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Veamos ahora cómo funcionaba esta dinámica desde la perspectiva humana de un campesino promedio. Podríamos imaginar a un hombre llamado Erald trabajando en algún feudo inglés. Erald, al no pertenecer a una familia noble, no poseía tierras propias. Por lo tanto, no tenía más opción que laborar arduamente en los campos del señor feudal, cultivando cosechas y entregando parte de su producción como tributo o impuesto al señor feudal. La consecuencia de no cumplir con esta obligación podía significar que Erald y su familia fueran despojados de la tierra que trabajaban y expulsados del feudo. Erald también podía ser sometido a castigos físicos, encarcelamiento, torturas arbitrarias como azotes, multas e incluso la amputación de extremidades, o en última instancia, la ejecución. Aunque este sistema no se clasifique comúnmente como esclavitud en la mayoría de los textos históricos, podría considerarse una forma de esclavitud, o incluso una neo-esclavitud desde la perspectiva más conservadora. Sin embargo, la alternativa para Erald, escapar al bosque con su familia y subsistir como nómadas cazando y recolectando alimentos, viviendo al margen de la sociedad y enfrentando peligros como lobos, ladrones, violadores y asesinos, era tan sombría que no podía ser considerada seriamente. Por lo tanto, Erald optaba por quedarse y trabajar la tierra del feudo, generando valor para su señor y asegurando una vida segura, al menos hasta que las clases superiores decidieran lo contrario. Con millones de campesinos como Erald en Europa, la nobleza acumulaba una gran riqueza y poder, gracias a los ingresos generados en sus tierras, sin nunca haber levantado una pala, sembrado una semilla o regado un campo.
¿Cuál es la conexión entre este sistema feudal con la identidad personal en la era digital? La respuesta radica en el motor económico que sustenta las plataformas que utilizamos para expresarnos digitalmente, el cual está estructurado de manera feudal. Nos encontramos ante una nueva nobleza, y nosotros somos los campesinos modernos, como Erald, temerosos de aventurarnos al bosque y vivir desconectados del resto del mundo. Esta nueva nobleza está compuesta por tecnologías, algoritmos y sistemas de redes sociales, así como otros dispositivos digitales, a través de los cuales expresamos nuestra identidad. En este contexto, los datos son equivalentes a la tierra. Tomemos YouTube como ejemplo: una plataforma donde se han subido más de mil millones de videos desde su creación, disponibles para que todos los disfrutemos de forma gratuita. Sin embargo, en esta vida, nada es realmente gratuito.
YouTube fue fundada en 2005 y adquirida por Google en 2006 por la impresionante suma de 1.658 millones de dólares. ¿Te has preguntado cuánto ganaba YouTube en ese momento para justificar una compra de tal magnitud? Es perfectamente lógico esperar que si una empresa es vendida por más de mil millones de dólares, que sus ganancias sean significativas anualmente. Sin embargo, sorprendentemente, YouTube no registró ganancias en ese periodo. De hecho, operó con pérdidas hasta 2010, cuando finalmente logró reportar un año fiscal con ingresos superiores a los costos. Entonces, ¿cómo es posible que un negocio que no generaba ingresos fuera adquirido por una suma tan exorbitante? La respuesta radica en lo que podríamos llamar la versión moderna del feudalismo: los datos. Específicamente, nuestros datos. Cada vez que utilizamos YouTube, compartimos una parte de nuestra identidad con su vasta red de almacenamiento de datos. Aunque no entregamos toda nuestra información, proporcionamos detalles como nuestra dirección IP, historial de navegación, preferencias, cookies, dirección de correo electrónico, número de teléfono, nombre, apellido, género, y mucho más. Esta información fragmentada representa un valor financiero potencial en el futuro. Con estos datos, las empresas pueden recomendarnos productos y servicios, o incluso persuadirnos de que los necesitamos. En consecuencia, los inversores de Google percibieron el potencial en la adquisición de YouTube: una mina de datos invaluable, o, en términos feudales, tierra capaz de generar riqueza.
Se estima que hay aproximadamente mil millones de videos publicados en YouTube. ¿Cuántos de estos videos han sido creados por la propia empresa, YouTube? Ninguno. Todo el contenido es descentralizado, creado por usuarios voluntarios. Y aquí radica la gran ironía, donde espero que toda esta conexión entre la imagen y el feudalismo cobre sentido para usted, estimado lector o lectora. Nuestra información, la que ellos almacenan en sus nubes, solo existe si nosotros utilizamos la plataforma. Solo existe si pasamos minutos, horas, e incluso días en su aplicación, generando así ingresos para ellos. ¿Cómo lo logran? Utilizando fragmentos de nuestra identidad en forma de datos que ya poseen, y con la ayuda de sus algoritmos, nos muestran otro video que saben que nos va a gustar, otro video que vamos a disfrutar, otro video que nos mantiene pegados a la plataforma, viéndolo, comentándolo, compartiéndolo. Sin embargo, en ese video, creado por otro usuario, YouTube se queda con un impuesto, una comisión, mientras nosotros seguimos consumiendo contenido y entregándoles nuestra información, viviendo como campesinos feudales digitales sin siquiera ser conscientes de ello.
Este fenómeno no se limita únicamente a YouTube; se aplica a todas las plataformas de redes sociales, ya sea Instagram, X, Facebook, Pinterest, Reddit, TikTok, Snapchat o incluso a empresas fuera del ámbito de las redes sociales, como Spotify. Estas plataformas no crean el contenido; son los usuarios quienes lo generan. Sin embargo, sin nuestra data como oyentes, Spotify no tendría valor para los artistas. Trabajamos para estas plataformas de forma completamente gratuita, lo cual, en gran medida, está erosionando nuestra humanidad en este mundo digital. Perdiendo el sentido de la imagen terrenal e intercambiando por una basada en algoritmos. Estamos erigiendo una morada en tierras ajenas que premiará a discreción al campesino que cree el mejor contenido. ¿Qué significa exactamente tener el mejor contenido? Es un misterio, ya que el algoritmo se mantiene en secreto. Se nos niega la plena autonomía y propiedad sobre nuestros datos e identidad digital. Cuando utilizamos estas aplicaciones, nuestra información, nuestros datos, una parte de nuestra identidad, pasa a ser de ellas, no nuestra. Es un paralelo con la situación del campesino del feudo, al que se le negaba ser el dueño absoluto de la tierra que cultivaba. Lo que sí sabemos es que, al entregar nuestra información, estas plataformas pueden recomendarnos "mejores" opciones que nos mantienen enganchados a sus aplicaciones, generándoles ingresos mientras nosotros nos aferramos a la ilusión de tener control sobre nuestra imagen digital.
¿Por qué no nos desconectamos de esto? Recordemos que Erald no deseaba ser olvidado por el resto de la tribu y quedarse sin tierra en el bosque. Todo su valor como ser humano dependía de lo que podía producir. Del mismo modo, ¿cómo podríamos esperar que un joven de hoy en día se desconecte? ¿Que deje de proporcionar datos a estas empresas? Él o ella sienten (y yo también) que deben crear contenido para que el resto de sus seguidores se conecten con ellos. En otras palabras, que pasen más tiempo pegado a un dispositivo. Ahí radica su valor, ahí está su imagen. El feudo ha vuelto en base a nuestra imagen. Somos siervos de esta nube digital.
Si quieren más evidencia de que existe un feudalismo digital, en la era medieval era común presenciar a familias feudales de la nobleza luchando a muerte por tierras. Hoy en día, mientras escribo este artículo, Estados Unidos debate sobre la prohibición del acceso a TikTok en su territorio, mientras que países como China y Cuba ya prohíben ciertas redes provenientes del Silicon Valley californiano en sus dominios. La nueva guerra fría entre Estados Unidos y China se ha centrado en gran medida en la batalla informática. No están luchando por tierras, están luchando por datos. Por acceso a nosotros. A nuestro trabajo, que les genera valor a ellos. Les garantizo que un plebeyo de la época de antaño reconocería de inmediato el mundo de hoy.