Los idealistas son negativos para la sociedad
El argumento del filósofo libanes Nassim Nicholas Taleb
Nota: La presente reflexión encapsula la opinión del eminente filósofo Nassim Nicholas Taleb, cuyas premisas comparto en gran medida. La finalidad inherente a este artículo se orienta a explicar el proceso conceptual que lo llevó a sus conclusivas reflexiones.
Puede resultar paradójico afirmar que los idealistas, considerados colectivamente un beneficio para la sociedad a lo largo de la historia, sean constituidos como una influencia negativa para la misma. Aunque abundan ejemplos de individuos que han conferido avances al mundo, tales como Mandela, Gandhi, el Dr. King Jr., Madre Teresa, entre otros, estos representan una faceta de la ecuación, mientras la sociedad, con escasa frecuencia, se aboca a considerar el reverso de la moneda. En ese reverso, estamos nosotros, la persona común y corriente sufriendo las consecuencias de los terribles idealistas.
Para entender como el filósofo Taleb llegó a esta conclusión debemos dar un paso atrás y contemplar uno de los documentos más trascendentales en la historia: El Código de Hammurabi. Este documento legal, datado aproximadamente en el 1754 a.C., fue escrito en la antigua Mesopotamia.
El Código de Hammurabi aborda una plétora de temáticas, que abarcan desde asuntos comerciales hasta las uniones matrimoniales, imponiendo consecuencias legales a cada una de estas acciones. Pero uno de los principios esenciales de código es la reciprocidad en la retribución. Por ejemplo, el código dicta que si un edificador es contratado por una familia para construir su casa y, con el paso del tiempo, esta construcción colapsa provocando la fatídica pérdida del primogénito, la ley determina que el primogénito del edificador debe ser condenado a muerte como consecuencia. Históricamente, este principio ha sido denominado "ojo por ojo, diente por diente".
Sin embargo, dentro del código hay una filosofía más profunda. No se trata simplemente de un "ojo por ojo, diente por diente". Los babilonios comprendían (mejor que nosotros) que no es admisible entregarle un riesgo a otro ser humano sin asumir una porción del mismo. En otras palabras, no puedes sólo beneficiarte de las acciones positivas, sino también padecer las consecuencias de las negativas.
Un ejemplar histórico de como sociedades antiguas entendían este concepto se encuentra en el antiguo imperio romano. Se estima que dos tercios de los emperadores perecieron en guerras, batallas, apuñalamientos, traiciones, etc. Los restantes expiraron en sus camas (aunque nunca sabremos cuantos de ellos fueron víctimas de envenenamiento). Los emperadores que declaraban la guerra, entendían que ellos mismos debían participar en la misma, combatiendo en las batallas o, en caso de incapacidad física, sus hijos asumían el papel. En caso de derrota, sus esposas, hermanas e hijas eran sometidas a violación y, en ocasiones, vendidas como esclavas. No era ético asignarle un riesgo a la población sin tu asumir el mismo.
No es coincidencia la admiración global por el líder Ucraniano Volodymyr Zelensky, quien se ha enfrentado (al menos en ocasiones) en las líneas de la guerra con Rusia. Un acto extraordinario para nosotros hoy en día que solía ser ordinario hace milenios.
Y ese es el problema con muchos idealistas. A pesar de las discusiones de igualdad que tenemos en la sociedad moderna, se nos ha olvidado una de las primeras igualdades establecidas: la igualdad en la distribución del riesgo.
Los idealistas contemporáneos, señala Taleb, raras veces asumen riesgos directos. Abogan por que los demás (nosotros) se arriesguen. Un idealista moderno puede proclamar la necesidad de declarar la guerra, pero rara vez empuña la espada. El riesgo que generan para los demás es exorbitante, mientras que el riesgo personal es mínimo. Por lo tanto terminamos nosotros pagando los errores del idealista.
La única forma en que se puede asegurar que un idealista asuma riesgos personales, argumenta Taleb, es cuando se inserta dentro del marco empresarial. Un individuo inicia su empresa, consciente de que probablemente fracasará. No obstante, la sociedad solo recibe las ganancias de este emprendimiento. Si la idea prospera y es validada por el mercado, nosotros cosechamos los beneficios. Sin embargo, si la idea desfallece, no sufrimos las consecuencias directas. El costo recae en el tiempo y dinero invertido por el idealista. Fue el/la idealista quien decidió pasar menos tiempo con su familia, amigos y seres queridos mientras le dedicaba horas y recursos a su proyecto. Fue el/la idealista quien no aceptó una oferta de trabajo estable para arriesgarse con algún negocio. Al final, al idealista le llega la cuenta, la paga, y nosotros sólo vislumbramos las ganancias.
Vale la pena destacar que este balance es roto por los gobiernos modernos cuando se le otorgan paquetes económicos a empresas privadas. Una gran corporación se encuentra al borde de la bancarrota y es subsidiada por el gobierno. El gobierno utiliza capital de los impuestos que la población ha pagado para financiar este paquete, a pesar de que nosotros los ciudadanos no tomamos el riesgo de iniciar esa corporación. Terminamos nosotros pagando la cuenta. En otras palabras, privatizan las ganancias, y socializan las pérdidas. La antigua Babilonia nos llamaría atrasados.
En esta misma coyuntura, abordemos el ejemplo ficticio de un empresario que se involucra ahora en la política. Un empresario, por sí mismo, no ostenta características excepcionales ni una ética inherentemente superior al común de las personas. Simplemente que el sistema empresarial, cuando se implementa éticamente, tiende a generar beneficios para la sociedad. No obstante, cuando dicho empresario transita hacia la esfera política, la dinámica resulta adversa para el bien común. El político, investido con autoridad, puede despojar de recursos al sistema educativo público al mismo tiempo que asegura una educación selecta, ya sea privada o en el extranjero, para sus hijos. De la misma manera, pudiera proceder a recortar los recursos destinados a las fuerzas policiales en sectores específicos de la ciudad, al tiempo que se resguarda con servicios de seguridad privada para salvaguardar su propia integridad. O quizás apoyar una guerra en otro continente la cual las consecuencias de las mismas no serán cobradas en su propio suelo. El idealista ahora es un ser negativo.
¿Seguiremos pagando la cuenta?
Concuerdo con algunas cosas pero creo que un líder debe preservarse y no asumir grandes riesgos como un rescatista debe cuidarse primero él para poder ayudar a otros