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En este 2025, somos testigos del surgimiento de una nueva generación: la llamada Generación Beta. Un título nuevo, fresco, diseñado para clasificar, analizar y empaquetar a miles de millones de personas bajo un mismo paraguas demográfico.
Un rótulo que, sin duda, pronto adornará diapositivas de PowerPoint en los departamentos de mercadeo y servirá como tema de debate en reuniones de estrategas comerciales, ansiosos por anticipar las tendencias del próximo gran grupo de consumidores. No faltará algún medio de comunicación que utilice esta etiqueta como explicación simplista para abordar problemas sociales que afecten a esta nueva generación. Pero, ¿te has detenido a cuestionar quién crea estas etiquetas? ¿Quién decide dónde termina una generación y comienza otra? Más aún, ¿cómo llegamos a este punto en el que la identidad de toda la humanidad se reduce a segmentos diseñados para ser más fáciles de clasificar y vender?
¿Qué Significan Realmente las Generaciones?
Las generaciones, como las conocemos hoy, no fueron creadas para comprender las identidades humanas ni para explorar nuestras complejidades culturales. Son herramientas construidas para categorizar consumidores, diseñadas para que las empresas puedan entender a sus clientes en bloques manejables. Nombres como Baby Boomers, Millennials o Generación Z no surgieron del análisis antropológico, sino del cálculo comercial. Y aunque estas etiquetas pueden ser útiles para vender productos o identificar tendencias, han desviado la atención de lo que verdaderamente importa: las experiencias únicas que definen a cada grupo humano.
La razón por la cual una generación se diferencia de otra no está simplemente en el año de nacimiento. Más bien, cada generación se define por las experiencias compartidas que moldean su visión del mundo y su interacción con la realidad. En cierto punto, las vivencias de un grupo comienzan a divergir lo suficiente de las de la generación anterior como para marcar un cambio significativo en la narrativa colectiva. El Baby Boomer, por ejemplo, se define por el optimismo de la posguerra, la expansión de la clase media y el auge de la familia nuclear. Pero termina en los años 60 porque la siguiente generación, los Gen X, creció en un mundo diferente: uno de desilusión frente a las instituciones, marcado por la Guerra Fría, la ola de divorcios masivos y la llegada de la televisión como el medio dominante.
Este patrón se repite con los Millennials, cuya juventud estuvo marcada por la revolución digital, los ataques del 11 de septiembre y la Gran Recesión. Por su parte, la Generación Z creció en un entorno donde las redes sociales son fundamentales para su vida diaria, enfrentando problemas como la ansiedad climática y la hiperconexión digital desde una edad temprana. Pero estas son las versiones primermundista y mucho más estadounidense de estas generaciones. Hay otras.
Estas etiquetas generacionales simplifican demasiado las complejidades sociales. Ignoran la riqueza de las experiencias compartidas y las diferencias que realmente definen a cada grupo humano. Por ejemplo, un Baby Boomer nacido en Japón no comparte las mismas vivencias que uno nacido en Estados Unidos. Del mismo modo, un Millennial de Europa del Este que presenció el colapso de la Unión Soviética tendrá una perspectiva completamente distinta a la de un Millennial estadounidense, cuya vida estuvo marcada por el auge de Silicon Valley y la crisis inmobiliaria de 2008.
Consideremos el caso hipotético de John Smith, nacido en Atlanta, Georgia, en 1991. Su juventud estuvo moldeada por los ataques del 11 de septiembre, el auge de redes sociales como Messenger, Facebook y MySpace, la explosión del internet, la llegada del mp3 y el ascenso de la comedia irreverente en la cultura pop. Estas experiencias lo conectan con millones de jóvenes estadounidenses de su tiempo, formando una narrativa generacional clara.
Ahora supongamos que otro John nació el mismo día, pero en Venezuela. Aunque ambos comparten algunos elementos tecnológicos, la vida del John venezolano estaría marcada por el ascenso de Hugo Chávez, la crisis económica, la inflación descontrolada, la militarización del país y las marchas multitudinarias. Ambos vivieron la misma época, pero sus experiencias son tan divergentes que resulta absurdo clasificarlos bajo la misma etiqueta.
Es irónico que, en un mundo que celebra la fluidez como un valor, sigamos siendo rígidos al hablar de generaciones. Decir "soy Millennial" se ha convertido en una declaración casi científica, como si nuestra identidad pudiera definirse con la misma precisión que nuestro sexo o grupo sanguíneo. Pero, ¿qué significa realmente ser Millennial? ¿Qué comparto yo, que crecí en una Venezuela llena de conflictos, con un joven alemán nacido el mismo día y año que yo? ¿Qué comparto con alguien de Bosnia, que vivió un genocidio durante su infancia?
La escritora senegalesa Mariama Bâ planteó que el feminismo necesita un apellido para evitar borrar las dinámicas sociales y culturales específicas de cada contexto. Lo mismo puede decirse de las generaciones. No basta con llamarnos Millennials, Zetas o Boomers; necesitamos reconocer las diferencias que nos definen. Sin embargo, incluso las distinciones como "Millennial de América Latina" o "Zeta del Medio Oriente" solo rayan la superficie de una complejidad mucho más profunda.
El Peligro de la Monotonía Generacional
En un mundo globalizado, estamos avanzando hacia una monotonía de la identidad. La misma música, las mismas redes sociales, las mismas etiquetas. Al hacerlo, estamos borrando las variaciones culturales que enriquecen nuestra humanidad. Estamos perdiendo de vista que las generaciones no son monolitos, sino conjuntos de experiencias únicas que merecen ser celebradas. Un arcoíris solo existe porque cada color es independiente del otro, que en conjunto crean algo extraordinario.
Curiosamente, este nombre “Beta” de la nueva generación, es el mismo de una de las clases sociales creadas en la distopía futurista de Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. En la obra, los “Betas” ocupan un lugar intermedio en la jerarquía artificial de la sociedad, criados para desempeñar funciones específicas y limitados en sus aspiraciones por diseño. Aunque el contexto de Huxley difiere radicalmente del mundo real, el paralelismo entre clasificar generaciones y asignarles un "rol social" es inquietante. Nos recuerda cómo la categorización masiva puede limitar nuestra visión de la identidad individual, reduciéndonos a etiquetas prefabricadas. ¿Será la Generación Beta otra construcción que, en lugar de liberar, nos encasille aún más?
Coincido con tu reflexión. Es cierto que el mercado dicta la pauta de estos discursos porque estas categorías le son muy útiles. Sin embargo, lo que más me preocupa es que esas tendencias tienden a unificarlo todo, y cada vez menos gente se atreve a expresar su individualidad.
Muy buen artículo Ricardo.
A veces hasta con orgullo me menciono como soy una millenial, aunque también veo artículos o personas que les encanta generalizar que " los millenials son así" , " los X son asa" y me pregunto ¿ Por qué ese afán de generalizar ? . También me he cuestionado quien se le ocurrió llamar baby bommers o millenials cuando si estábamos cerca del segundo milenio pero no nacimos en este nuevo milenio.
No había relacionado beta con la novela pero más aún no había relacionado que en efecto nos engloban para fines comerciales.
Saludos.