Galileo vs. la Inquisición... y vs. ChatGPT: ¿Puede la IA reconocer la verdad?
Sin sesgos… ¿sin ciencia? Lo que Galileo nos enseña sobre la terquedad intelectual
La inteligencia artificial nos promete, entre otras quimeras, un mundo purgado de sesgos, libre de prejuicios, sin esa obstinada inclinación humana hacia la parcialidad. Un universo donde cada observación, cada juicio, cada afirmación se someta dócilmente ante el santo grial del pensamiento racional: la imparcialidad absoluta. ¿Quién, en su sano juicio, podría oponerse a tan noble empresa? Después de todo, la historia de la parcialidad humana es relatada desde cementerios: inquisiciones que quemaron tanto ideas como individuos, genocidios perpetrados en nombre de dogmas incuestionables justificados por la miopía moral de sus perpetradores, prejuicios que han erigido muros más infranqueables que cualquier fortaleza de piedra.
El sesgo humano ha sido la cuna de incontables atrocidades. Pero la vida, siempre fiel a su ironía, ha hecho de esa misma parcialidad el origen de nuestras revelaciones más brillantes. Sin sesgo, sin una inclinación personal, ¿qué nos impulsa a desafiar lo establecido? ¿A resistir la perezosa comodidad del pensamiento convencional? ¿A aferrarnos a una idea que el mundo entero descarta como absurda, hasta que la testaruda realidad la convierte en una verdad innegable? Sin ella, ¿qué nos quedaría sino un eco uniforme de conformidad, donde ninguna mente se atrevería a incendiar la oscuridad con la herejía de una nueva idea?
Y es aquí donde entra en escena Galileo Galilei. Un hombre parcial, sí, pero no en la dirección equivocada.
Galileo Galilei y la parcialidad humana
Galileo Galilei fue un testarudo hasta la médula. No solo en su búsqueda de la verdad científica, sino en aspectos personales de su vida. Su relación con la vestimenta académica era un claro reflejo de su carácter. Como profesor se negaba a usar la toga ceremonial que sus colegas llevaban con una solemnidad casi litúrgica, como si aquel pesado y sofocante atuendo pudiera infundir sabiduría por simple contacto. Para él, la verdad no necesitaba disfraces ni solemnidades vacías, solo una mente inquisitiva y la valentía de mirar la naturaleza con ojos desnudos de dogma.
Dicha rebeldía no pasó desapercibida en la Universidad de Pisa, donde su negativa a vestir la toga le costó multas y hasta la reducción de su sueldo. Pero Galileo, orgulloso y terco, pagaba cada multa con la satisfacción de quien sabe que está desafiando una tradición absurda e institucionalizada, una de esas reliquias del pensamiento medieval que debíamos desechar.
Cuando Galileo planteó su hipótesis de que dos objetos de distinto peso caerían al mismo tiempo si se soltaban desde la misma altura, sus colegas universitarios, con una seguridad inversamente proporcional a su evidencia, se apresuraron a desmentirlo. Aristóteles, después de todo, ya había "resuelto" la cuestión siglos atrás. Pero Galileo, con un sentido del espectáculo digno de un dramaturgo, eligió el escenario perfecto para desmontar las falacias de sus detractores: la Torre de Pisa. Subió a lo alto del monumento y dejó caer dos cuerpos de distinto peso frente a la mirada incrédula de quienes se atrevieron a observar. Ambos tocaron el suelo al mismo tiempo. Fue un golpe devastador para la física aristotélica, un desafío directo al dogma disfrazado de erudición y, al mismo tiempo, un acto de arrogancia intelectual tan brillante como imperdonable. Galileo no solo había probado su punto, sino que lo hizo con un dramatismo que garantizaba enemistades en los salones académicos de su tiempo.
Más adelante, su osadía intelectual lo llevó a un campo de batalla aún más peligroso: la Inquisición. En los círculos académicos se discutía una teoría revolucionaria: el modelo heliocéntrico de Copérnico. Galileo, inventor o, quizás más acertadamente, perfeccionador del telescopio, pudo hacer lo que ningún hombre antes de él: verificar con sus propios ojos lo que hasta entonces solo era una hipótesis. La Tierra no era el centro de nada; era un simple viajero en la vasta coreografía del cosmos, girando alrededor del Sol.
Pero el negocio de la Iglesia de vender certezas absolutas no toleraría semejante herejía. Galileo, un católico que en su juventud había considerado la vida clerical y que había mirado hacia las estrellas con la audacia de un explorador, se encontró ahora obligado a bajar la vista. Esta vez, la indumentaria que tanto despreciaba no era una toga académica, sino la bata de la humillación. Bajo la amenaza de la Inquisición, aquel mismo hombre que había desafiado las alturas desde la Torre de Pisa se vio forzado a inclinarse. Y así, con la autoridad de la Iglesia pesando sobre sus hombros, pronunció su retractación de la teoría copernicana. No por convicción, sino porque la hoguera ardía demasiado cerca.
La leyenda cuenta que Galileo, al salir del juicio, declarado culpable y condenado a arresto domiciliario y penitencia pública, murmuró en voz baja: E pur si muove —“y sin embargo, se mueve”—refiriéndose a la Tierra. Porque, independientemente de los decretos eclesiásticos, la realidad no pedía permiso para existir. La Tierra giraba, no el Sol. Galileo había perdido la batalla, pero la verdad no necesitaba su absolución. Con el paso de los siglos, quedó claro que él—y Copérnico, quien no vivió para ver su reivindicación—tenían razón. Los herejes, los tercos, los sesgados, fueron los que realmente vieron con claridad.
Los sesgos que quiere eliminar la IA
La condena de Galileo no fue oficialmente retractada ni disculpada hasta 1992, cuando el Papa Juan Pablo II admitió la equivocación de la Iglesia. Más de tres siglos después, el Vaticano finalmente se permitió lo que Galileo no pudo: admitir la verdad.
Pero imaginemos por un momento que, en el año de su juicio, la Inquisición hubiera contado con ChatGPT. Una IA con acceso a los textos sagrados, los tratados de astronomía, los registros eclesiásticos y la sabiduría oficial del siglo XVII. Seguramente, habría encontrado inconsistencias en el argumento teológico, comparado la teoría copernicana con las observaciones telescópicas de Galileo y detectado anomalías en el modelo geocéntrico. Pero eso no habría cambiado el veredicto.
ChatGPT habría declarado culpable a Galileo.
Porque ChatGPT, como cualquier otra IA actual, no es más que una síntesis de las verdades establecidas de su época. Alimentada por las universidades, los tratados filosóficos, las instituciones respetadas, los gobiernos, los reportes oficiales y el consenso académico. En el siglo XVII, Galileo no estaba respaldado por ninguna de esas fuentes. Su verdad era un escándalo, su perspectiva una herejía, su ciencia una amenaza. ¿Cómo podría una inteligencia artificial, diseñada para eliminar el sesgo humano, haber llegado a una conclusión distinta cuando todas las fuentes de autoridad lo condenaban?
Y aquí está la ironía: el sesgo humano, esa imperfección que la IA busca erradicar, es exactamente lo que impulsó a Galileo a desafiar el pensamiento de su tiempo. Fue lo que llevó a los hermanos Wright a creer en el vuelo cuando los expertos lo consideraban una quimera. Lo que permitió a Marie Curie insistir en la existencia de elementos radiactivos cuando la comunidad científica la miraba con escepticismo. Lo que hizo que los abolicionistas desafiaran siglos de justificación económica y teológica de la esclavitud. Lo que llevó a los independentistas a enfrentarse a imperios que parecían eternos.
El patrón es inconfundible: el progreso ha sido dirigido por los tercos, los herejes, los sesgados que se aferraron a una verdad que el mundo aún no estaba listo para aceptar. Fleming y la penicilina. Semmelweis y la antisepsia. Hypatia de Alejandría y el dogma. Oscar Wilde y la libertad sexual. Al-Juarismi y el algebra. Martin Luther King Jr. y la igualdad racial. Todos lucharon contra un consenso. Todos fueron parciales.
Si la IA no puede distinguir entre un error consolidado y una verdad emergente (y aún no lo logra), si es incapaz de reconocer el valor de la terquedad intelectual, quizás debamos preguntarnos qué tipo de conocimiento estamos dispuestos a delegarle. Porque el sesgo humano ha producido monstruos, sí, pero también mártires y visionarios.
Espero que algún día logremos erradicar los prejuicios destructivos que mencioné al principio. Pero si en el proceso también extinguimos la capacidad de cuestionar, de desafiar y de insistir en una verdad incómoda… entonces, tal vez, lo más sensato no sea perfeccionar la máquina, sino desenchufarla.
Interesantes tus análisis. De acuerdo contigo sobre las "verdades" de las IAs. Sin embargo, respecto a Galileo y su juicio en el tribunal de la inquisición te falta información:
1. Galileo no tuvo un juicio sino dos en el tribunal eclesiástico (no un tribunal de la inquisición, porque no se trataba de un delito publico contra la fe, sino de una cuestión académica):
En el primer juicio (año 1616) le pidieron que buscará otra prueba para demostrar su hipótesis, ya que la prueba sobre las mareas que presentó no dío resultados consistentes. En esta oportunidad no fue condenado.
En el segundo juicio (año 1633) no lo condenaron por su hipótesis o porque él insistía en que la prueba de las mareas era suficiente, sino porque tergiverso y manipuló un documento expedido por el papa. (De hecho el papa era amigo personal de Galileo, lo que nos permite ver que este personaje no solamente era terco, sino que no era precisamente la persona más virtuosa).
2. La condena la cumplió parcialmente Galileo:
La penitencia religiosa se le concedió que la realizara una de sus hijas (que era religiosa), consistía en recitar salmos una vez a la semana durante tres años.
La retractación de sus errores no fue pública sino privada: él declaró delante de los jueces, no delante la comunidad científica.
La otra parte de la sentencia fue incluir en la lista de los libros prohibidos de la iglesia el texto que él mandó a imprimir con su hipótesis por la siguientes razones:
Incumplir el pedido del juicio anterior (1616) de incluir más prubas cientificas para demostrar su hipótesis. E imprimir el texto tergiversando el documento en el que papa daba el permiso de publicar impresión del texto cómo hipótesis y no cómo teoría probada.
Una vez demostrada su hipótesis (1748) con el rigor científico necesario, el libro fue sacado de la lista de libros prohibidos de la iglesia.
El exilio fue más una medida para que no pasara más verüenzas y salvaguardar su reputación (el mismo se exilio a Florencia, dónde permaneció hasta su muerte). Pues el papa y sus amigos clerigos siguieron manteniendo correspondencia con él, enviándole alumnos destacados para que los asesorara en sus trabajos, e incluso, consultando su opinión en temas académicos sobre astronomía. Nunca se le impidió seguir con su trabajo.
La iglesia no estaba en contra de su hipótesis porque fuese contraria a la explicación bíblica de la tierra cómo centro del universo (geocentrismo), de hecho, el relato bíblico (libro de Josué, capítulo 10. Versículos 12 y 13) es lo suficientemente ambiguo y, teologicamente no es posible interpretarlo como una realidad en su sentido literal.
Por este motivo NO se excomugo o sentenció como anatema (hereje) a Galileo. Que es lo que hubiese pasado si la iglesia encontrara en los postulados científicos de Galileo una enseñanza contraria a las enseñanzas evangélicas y bíblicas (además de ser juzgado por la inquisición, que sería la instancia indicada para casos que involucren errores teológicos).
3. La frase de "y sin embargo se mueve" (refiriéndose a la tierra). No la dijo Galileo, varios académicos hicieron un rastreo histórico al respecto y han confirmado que la frase se la invento el un periodista inglés en el año 1757. Luego fue inmortalizada por el italiano Giuseppe Baretti.
Esta frase y la 'leyenda negra' al rededor del juicio de Galileo vienen de los pensadores asociados a la ilustración, al protestantismo y al anglicanismo, que tienen una clara postura anti-católica. Estos se han dedicado a repetir y exagerar una mentira hasta convertirla en una "verdad". (Al final del comentario dejo las fuentes).
4. La iglesia católica en cabeza de Juan Pablo II no pidió perdón por el juicio de
Galileo. Lo que SI hizo fue una revisión (no sólo del juicio de Galileo, sino de distintas acusaciones que se han hecho sobre su actuar en el pasado) y emitió un documento en el que analiza y formaliza cómo y qué criterios se deben dar para hablar del perdón histórico.
Los medios de comunicación tergiversaron el anuncio de este documento para hacer ver que la intención de la iglesia era reconocer que se había equivocado con su juicio a Galileo. (Dejó también el documento de la iglesia al final del comentario).
Fuentes:
Vittorio Menssori, Las Leyendas Negras de la Iglesia, Emecé, Buenos Aires.
Víctor Chequer, Galileo el "perseguido", o la Iglesia contra el conocimiento científico, publicado en Panorama Católico Internacional, 10/11/2006. Volumen 2, No.7.
P. Javier Olivera Ravasi, Que no te la cuenten I, la falsificación de la historia. Publicaciones VID. 2022.
Documento de la iglesia: Memoria y Reconciliación (2000). (El documento se encuentra en la página oficial del Vaticano, Vatican.va).
Tu enamoramiento con la "terquedad" oculta una contradicción... celebras a Galileo por desafiar consensos mientras creas otro consenso inamovible: el del rebelde heroico.
La IA no teme el sesgo, sino la certeza de poder distinguirlo. Galileo no triunfó por su terquedad sino porque la realidad eventualmente lo confirmó. Otros igualmente tercos fueron olvidados porque estaban equivocados.
La verdadera ironía: mientras defiendes el valor del sesgo humano, niegas tu propio sesgo romántico sobre el genio solitario. Tu deseo de "desenchufar" es tan dogmático como la Inquisición que criticas.
La pregunta no es si debemos erradicar prejuicios o conservarlos, sino quién decide cuáles son "destructivos" y cuáles "visionarios".