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Su reflexión me hizo acordar que hace poco releí el libro de Ginsberg "El queso y los gusanos - El cosmos, según un molinero del siglo XVI" y me llamó nuevamente la atención como Menocchio, un humilde molinero friulano, enfrentando un proceso de la Inquisición, planteaba una visión poco romántica y muy imperial del uso del latín por parte de sacerdotes, jurisconsultos y nobles.

Para él la cosa era más simple y lo dejó constando en las actas de su proceso: "Yo soy de la opinión que hablar latín es un desacato a los pobres, ya que en los litigios los hombres pobres no entienden lo que se dice y se hallan aplastados, y si quieren decir dos palabras tienen que tener un abogado".

El latín era para él una forma en que el poder ocultaba sus saberes pero también una forma de encerrarse en "verdades" que eran incuestionables e incomprensibles al expresarse en una lengua inaccesible para el vulgo.

Está claro entonces que la discusión sobre el lenguaje que usaba la iglesia católica para las misas estaba en discusión desde siglos antes de que el Concilio Vaticano II diera finalmente el paso hacia la democratización de sus ritos y sus textos. Tampoco no era un reclamo extraño a las "bases" católicas o veleidades de curas cuestionadores, sino el cisma de la iglesia hubiese tenido otros argumentos.

Como alguien que recibió educación católica, conozco a algunos lefevristas que rechazan el Concilio Vaticano II, y la verdad no me caen bien. Al igual que Menocchio, los veo como unos sujetos extraños, que detrás de sus largas sotanas negras y su latín, los impulsa un espíritu de secta que intenta encerrar en una caja de tradición e historia el mensaje de Cristo, que justamente es de liberación, apertura y futuro.

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Avatar de Bobadas para charlar

Una gran opinión y escrito! Concuerdo en muchas cosas sobre el uso del latín, si creo que cambia la forma de apreciar. Ahora, entrando desde un punto de Fe, el mensaje es el mensaje con independencia del idioma y el acceso al mismo por parte de los creyentes de una manera más sencilla si es un claro ejemplo de la democratización de instituciones. Coincidimos también en que el rigor en las traducciones es clave pero es casi seguro que una parte del mensaje se pierde haciendo el salto idiomático.

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