El clasismo en la creación de contenido
La evolución del acceso e influencia en la creación de contenido, desde las limitaciones históricas hasta la homogeneización actual. La clase social sigue siendo un factor fundamental, pero ignorado.
Desde los inicios de la civilización, el acceso al conocimiento ha sido un privilegio restringido a unos pocos. En la Europa medieval, solo un 10% de la población dominaba el latín; en los albores del siglo XIX, el 68% de América Latina era analfabeta, y apenas un 5% de la población japonesa tenía educación superior en ese mismo período. Los efectos negativos de estas disparidades sociales son ampliamente reconocidos y comprendidos. En esta ocasión, me centraré en un aspecto particular de la misma: la centralización de la creación artística. Un reducido grupo siempre ha tenido el privilegio de expresarse artísticamente, mientras que la mayoría carece de dicha oportunidad.
Cuando Virginia Woolf planteó con perspicacia la pregunta "¿Dónde están las mujeres en la literatura?", su cuestionamiento surgió al notar la obvia —pero en aquel tiempo ignorada— ausencia de autoras en las estanterías de las principales bibliotecas inglesas. Al reflexionar sobre esta interrogante, Woolf se percató de que las mujeres consideradas relevantes a lo largo de la historia solían pertenecer a la realeza, la aristocracia o el clero. Eran mujeres con acceso a la educación y con conexiones en los estratos poderosos de la sociedad. Woolf llegó a la conclusión de que, para generar contenido literario de calidad, la artista necesita una "habitación propia": un espacio independiente que permita el desarrollo del intelecto y la creatividad. Con esta habitación disponible se propiciaría la máxima expresión artística de las mujeres en la literatura. Esta metáfora se extiende a otros ámbitos de la sociedad, particularmente en el ámbito artístico y en la creación de contenido en el ámbito digital moderno.
Para crear arte se necesita respaldo económico. Este hecho ha sido evidente a lo largo de la historia, con los mecenas que financiaron a los artistas del Renacimiento como un perfecto ejemplo. En tiempos más contemporáneos, los medios de comunicación, y de contenido audiovisual también han formado parte de este ecosistema. Los principales periódicos, así como las estaciones de radio y televisión más destacadas, estaban predominantemente controlados por un pequeño círculo de escritores y periodistas, muchos de los cuales provenían de instituciones educativas reservadas para unos pocos privilegiados. Esta concentración del acceso al conocimiento se reflejaba en las altas tasas de analfabetismo mencionadas previamente, lo que resultaba en la exclusión de una gran parte de la población del diálogo cultural, artístico y político.
No obstante, todo cambió con la irrupción del internet y las redes sociales. En la era digital, surgió un proceso de creación y difusión de contenido descentralizado, que permitió a cualquier individuo participar en el discurso público sin necesidad de contar con acreditación profesional. Esto posibilitó que una cantidad considerable de personas pudiera crear contenido, expresar opiniones y participar en el debate público sin las restricciones anteriores. Sin embargo, esta descentralización nunca se completó y, en la actualidad, está experimentando un retroceso. Desde que nuestra presencia en las redes sociales se convirtió en un negocio con la capacidad de monetizar el contenido, desde que nos convertimos en una marca digital, se ha desequilibrado el ecosistema. La monetización ha traído consigo una competencia feroz, y aquellos con más recursos y habilidades han logrado dominar el panorama creativo, perpetuando así un centralismo digital similar al de los medios de comunicación tradicionales de antaño.
La creación de contenido en las redes sociales es una empresa costosa y, a menudo, injusta. Desde la adquisición de equipos de alta calidad, como cámaras y micrófonos, hasta los gastos asociados con la promoción del contenido mediante publicidad pagada y la producción de material visualmente atractivo, el costo financiero de mantener una presencia relevante en las redes puede resultar abrumador. Además, el tiempo y el esfuerzo dedicados a la creación de contenido y a la construcción de una comunidad en línea suponen un alto costo en términos de recursos y bienestar psicológico. Estos obstáculos se agravan significativamente para las clases socioeconómicas más bajas. Un creador de contenido con respaldo financiero puede dedicar más tiempo, contratar editores, pagar por herramientas en línea, sin mencionar producir contenido durante periodos más prolongados. El éxito en las redes sociales está, en gran medida, determinado por la posición social y económica del creador.
En un mundo donde se ha tomado conciencia de las diferencias raciales, de género, de identidad y étnicas, resulta sorprendente que la clase social haya sido relegada al olvido en el discurso contemporáneo. Específicamente, los partidos liberales del Occidente, una corriente política que históricamente ha abogado por los trabajadores y los desposeídos, parecen haber dejado de lado la cuestión de la clase social en favor de las identidades, lo que ha conducido a una desviación del enfoque de las luchas económicas y sociales. Este desenfoque pasa por alto el tipo de contenido mostrado en las plataformas digitales modernas.
Permítanme ofrecerles un ejemplo práctico respaldado por diversos estudios sociales: Imaginen que tienen que identificar la manera de pensar, ideas y valores de una persona, la persona "X". No conocen nada acerca de ella, pero se les permite hacer una pregunta sobre esta persona para obtener una pista sobre quién es realmente ¿qué preguntarías? ¿Su raza? ¿Nacionalidad? ¿Género? Si bien cada una de estas características está correlacionada con los valores individuales, según los estudios, la característica social que más se relaciona con la identidad personal es la clase social. El estudiante de la universidad privada en México comparte más similitudes con el estudiante de una universidad privada en Perú que con un trabajador en el campo mexicano. Tienen una idiosincrasia similar, valores familiares, interpretaciones religiosas (o falta de las mismas), ideas políticas, entre otros aspectos. Similarmente, el obrero mexicano se asemeja más al obrero peruano que al estudiante mexicano de la universidad privada.
Por ende, las redes sociales nos ofrecen una falsa diversidad creativa. El contenido de las redes son como una bolsa de M&M's: muchos colores y sabores diferentes por fuera, pero por dentro todos son iguales. Aquellos que tienen la capacidad de invertir tiempo, dinero y recursos en las redes sociales, independientemente de su raza, religión, etnia o nacionalidad, son los que crean una parte desproporcionada del contenido. Hay uniformidad interna que se camufla con colores y distintas identidades en las redes. Antes de destacar, la mayoría de los creadores de contenido necesitarán encontrar su habitación propia.
Muy buen artículo